La publicidad lleva tanto tiempo mintiéndonos que ya no se da cuenta. Tampoco pasa nada, ya hacía muchos años que no nos creíamos lo que decía, pero lo hacía tantas veces y en momentos tan especiales que nos acababan sonando las marcas que promocionaban. No me refiero a las agencias de publicidad, ni a sus ejecutivos ni creativos. Me refiero al sistema publicitario en global y a las empresas que les contratan y conscientemente no dicen la verdad.
Últimamente -ante la crisis- están aumentando el nivel de exageración y la delación es absolutamente observable, por ejemplo: una entidad financiera que acaba de perjudicar el patrimonio de un buen número de Clientes con las famosas obligaciones convertibles acaba su anuncio con el claim «el banco que te quiere». Una madre de 35 años declara orgullosa que le da un producto alimentario (que lleva sólo 12 años en el mercado) a sus hijos como sus padres hicieron con ella, ¿a qué edad llegó a la pubertad esta mujer? Si lo piensan es normal que nos mientan, la culpa la tenemos nosotros y nuestro proceso cognitivo, al cual le gusta creer que, por beber leche -a la que le han añadido una anchoa (por aquello del Omega3) cada no sé cuántos litros- nos reduce el colesterol más allá de lo que lo haría subir dos pisos a pie todos los días. Claro, cuando todo el mundo se da cuenta de que no nos molesta que nos mientan, hay más gente que se apunta y -si seguimos así- no les extrañe que cualquier día se diga en una rueda de prensa ministerial que el copago sanitario es bueno para la salud al no fomentar la hipocondria.
No me digan que no es gracioso. Si es que en política están los mejores guionistas. Los brotes verdes, la esdrujulización para adquirir falsamente asertividad, los eufemismos que hacen que el repago se llame copago. Una buena mesa llena de falsedades y mentiras bien medidas y que conforman un bodegón.
Volvamos a la publicidad declarada. Hay algunas artes prácticas que han tenido un uso absolutamente útil y necesario que el propio desarrollo de la sociedad los convierte en otra cosa. Por ejemplo, la pintura tenía el destino y uso del retrato, pero ha acabado como objeto artístico, su función primera se ha perdido (excepto para inmortalizar a los presidentes del Congreso de los diputados, cuando acaban su mandato). Con la arquitectura pasa lo mismo. Hay arquitectos que sólo buscan un premio y luego a sus edificios les entra agua por todas las juntas porque tienen cerramientos imposibles. Su función ha cambiado, ya no es práctica. ¡Mira, como la publicidad! Parecen más implicados en los Leones de oro venecianos que en que sus Clientes vendan. Es la prueba de la pérdida de su función práctica.
La publicidad es necesaria, como el marketing directo, como el telemarketing, como las fábricas de productos químicos y la carne roja, pero todos ellos, en exceso y sin control, son esquilmadores y ya nada crece tras su presencia intensiva.
Necesitamos volver a una sociedad que sea más sincera, que castigue lo descaradamente incierto y tendencioso. El proceso de comunicación con los mercados está convirtiéndose en un proceso de atracción (no de machacar una y otra vez con una idea simple e increible), más de aportar contenidos de interés para los Clientes, de mostrar y si mientes te castigan.
Luego que nadie se queje si baja la contratación publicitaria, es que ya nadie se la cree…
Recuerdo los anuncios de Mitsubishi de hace unos años, en que un directivo le daba navajazos en las ruedas al coche de un rival en la empresa o que se veía como «El número 1» intentaba escapar realmente con una moto de sus guardaespaldas y finalmente conseguía el éxito para la cita galante con un Pajero… era publicidad muy agresiva que buscaba identificarse con un comprador… de alma agresiva. Supongo que la publicidad mentirosa ha triunfado por que a la gente le gusta que le mientan mientras lo que les digan les guste, porque la mayoría de nosotros no aún no hemos llegado a discriminar la fantasía de la mentira: la fantasía crea y la mentira destruye (la frase no es mía, claro, pero no recuerdo de quien es).
Pero de ésta sí me acuerdo y viene al inicio de tu comentario: el castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad. (Aristóteles).
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Me apunto las frases. Hay una publicidad con concepto que debería estandarizarse. Ese significado abre un mundo de pensamiento posterior que llena el contendedor de la marca. No hay mentiras, hay conceptos que explican el valor diferencial de la empresa, sin falsedades premeditadas al corto plazo de las campañas.
Saludos y gracias Antonio,
Rafael
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