Cuando una pequeña constructora de un pueblo decide contratar todos los soportes publicitarios que pueda a nivel local y nacional, estar presentes constantemente en la prensa y revistas de gestión y todo eso con más carteles de próxima construcción que de obra real, es que alguien ha tenido la idea de convertirla en humo dirigido a una salida a bolsa y venderlo en millones de participaciones llenas de apenas nada, con pingues beneficios para el que tuvo la idea que sería -normalmente- el que conocía al que prestó el dinero, que también obtendría unos beneficios muy superiores a otras inversiones productivas.
Esa es la verdad. Es por lo que los capitales se ponen a jugar de forma innovadora y no se dedican a producir bienes y servicios. Esta forma es más fácil, rápida y -desde luego- más rentable. La innovación se ha aplicado verdaderamente en los productos financieros, cada vez más complicados y orientados a obtener beneficios sin una base en la economía real. La desregulación que se ha producido en casi todas las naciones y mercados, ha facilitado el tema.
Para salir de esta situación la remuneración del capital que se invierta en la producción de bienes y servicios deberá ser más rentable. En caso contrario seguiremos a golpe de noticias económicas negativas y más paro. La productividad en las fábricas es bastante alta en todas las naciones avanzadas. Aunque admita más innovaciones su límite se va acercando. Debemos crear una economía diferente, una suerte de mezcla entre manufactura y servicios que puedan aportar más valor añadido para remunerar al capital. Habrá que pensar en el mercado global, en su volumen total. Si Apple gana mucho dinero con los iPads sin fabricarlos por qué no pueden hacer otros lo mismo.
Si no hacemos un hueco rentable al capital inversor en el mundo, por cierto el mayor de la historia de la Humanidad en estos momentos, si no creamos negocios innovadores que puedan proporcionar -cuando se acierta- grandes retornos a los inversores, volveremos a la innovación financiera, a sus trucos y malabares para engañarnos y perderlo todo.
Ya sabes el cuento de los dos hermanos que se veían en la paella familiar los domingos. Eran los años 80. O los 90. O los primeros del siglo XXI. Uno era un esforzado industrial, el otro un tarambana sin oficio ni beneficio que últimamente rondaba los negocios del ladrillo. Y el tarambana le preguntaba al industrial cuanto sacaba de su inversión. Y éste le contestaba que dependía: un 3%, un 5%, en la locura un 10%, otras perdía… y el hermano cigarra se reía del hermano hormiga, porque él sacaba mínimo un 30% con dinero prestado, mientras la bola se iba haciendo más grande.
Una vez explotada la bola, es posible que se den las condiciones por un tiempo para que el temor de los inversores y sobre todo los prestamistas, haga que se recobre un poco de sensatez, aunque sea a la fuerza de los hechos.
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Así es. Y no es que nadie se diera cuenta. Me cuentan que los partidos políticos convocaron una serie de reuniones en 2006 para conocer las causas de lo que parecía que venía. La primera se celebró en Bilbao (sería curioso saber los asistentes, puede que algún gurú se enterase allí…). La conclusión es que la innovación se había aplicado al sector financiero, puesto que aplicarlo al productivo era mucho menos rentable.
El problema es que sigue estando la misma situación. Habrá que crear un nuevo sector que pueda rendir buenos beneficios. Se me ocurre uno. Montar un Sálvame en la calle Colón y pasar la «gorra electrónica» con un lector NFC para el pago por móvil y a casa contentos. Tú sabes la geográfía que se puede aprender con el invento…como el de Imanol Arias y el Juanito Echanove comiendo por toda España.
Saludos,
R.
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