Con eso se bromeaba hace algunos años, haciendo referencia a esas personas-gasto general imposibles de imputar a nada positivo, hasta los costes por actividades no sabrían qué hacer ellos. No es ninguna tontería, en estos tiempos en los que los costes indirectos/generales han tomado las empresas, no nos podemos permitir que hayan recursos que no incorporen valor alguno, son una merma para toda la estructura de costes. Conozco una empresa que eran cuarenta personas y que con los años buenos de la construcción llegaron a ser noventa y seis. Al llegar la crisis volvieron a ser treinta y seis empleados. El director general no se explicaba cómo habían llegado a ese número de empleados cuando el aumento de facturación exigía quince personas más.
Muchas son las causas por la que los costes fijos aumentan sin necesidad: capricho, relaciones familiares, el ego o proyectos que nunca se llegan a terminar, pero que se quedan en las empresas.
Hay muchas empresas que tienen dos o tres empleados de esos que son purito overhead, nadie sabe muy bien a qué se dedican ni por qué la dirección los mantiene. Algo tendrán cuando siguen estando a pesar de la opinión mayoritaria. Tal vez sea la grasa que hace que los engranajes funcionen correctamente, pero tampoco parece ser eso, según dicen. Bueno, pues ya sólo queda que se venden bien…
Cómo se han empeñado que hagamos -de nuevo- un ajuste, pues sugeriría que comenzásemos por esos «cortinajes» que adornan las empresas y que no son nada productivos. No sintamos pena por ellos, si nos están tomando el pelo, además, tienen un futuro asegurado en Gran Hermano, ya saben: hay que pasar desapercibido en las primeras semanas.
No quiero perjudicar a nadie ¡Dios me libre! Pero sí quiero defender a los que están aportando un esfuerzo y logro durante muchos años, porque en los malas épocas es el momento de compensarles.
Su estancia en las empresas se debe a que es imposible percatarse de su presencia cuando hay mucha gente trabajando. Sugiero que se realicen análisis de los puestos de trabajo o se implanten sistemas de evaluaciones personales cada año para descubrir a las «sombras».
De todas formas, los hay de dos tipos: los que llamo «cánones» que estarán hasta que les llegue la jubilación y los «dinámicos», puesto que se permiten el lujo de cambiar de empresas cuando intuyen que alguien se ha percatado de su improductividad o les encargan tareas con objetivos, eso no es lo suyo y si tienen que trabajar, se van.
En la Administración Pública también los hay, cierto es que en unas más que en otras, son esos que ves marchar con una carpeta y al poco los ves volver con la misma carpeta, que se levantan de nuevo y preguntan a un compañero que cómo está el tema del aparcamiento de las bicis.
En fin, como decía mi madre: «El trabajo que hay que hacer para no hacer nada». Menos mal que ya no es consciente de los programas de algunas cadenas de televisión, porque cumplen su máxima al cien por cien. Son purito overhead de la sociedad.