En lo que llevamos de siglo -y acelerado por la pandemia-, nuestra forma de trabajar ha cambiado. De aquellos que trabajaban con una tarea detrás de la otra al modo funcionarial estereotipado o -como en los procesos informáticos en modo batch o por lotes en los que a una orden le seguía la siguiente al haber acabado totalmente la anterior, pasamos a otro formato más productivo: el multitasking, es decir, a realizar varias tareas de forma concurrente y que ya nos comenzó a producir cierto mareo ya que nuestro cerebro y la capacidad de atención «sufren» al estar haciendo varias cosas a la vez.
Ahora, hemos dado otro cambio y del multitasking hemos avanzado (por decir algo) a otro modelo consecuencia del multitarea: estar cambiando continuamente de tarea y aquí sí que sufren nuestras capacidades de procesamiento de la información, de logro, de guardar memoria y de -en definitiva- de conseguir terminar con éxito la tarea. Ya se veía venir cuando el tiempo de transporte se redujo drásticamente y en nuestros viajes aprovechábamos para hacer varias reuniones con compañeros o clientes. Sin duda, la preparación de temas se resentía porque el tiempo dedicado era menor y se entremezclaban las ideas que se nos venían a la cabeza y, la memoria -con el tiempo- también confundía los contenidos de cada reunión y las manifestaciones de cada participante.
La tecnología ha aportado una serie de ventajas y desventajas a este proceso. Todos hemos podido comprobar como en plena pandemia teníamos más reuniones que cuando estábamos presencialmente en las oficinas, la facilidad de reunión conseguía una gran variedad de contactos con mayor amplitud de horarios que nos hacía terminar el día con una sensación de agotamiento físico -las consultas de los médicos están viendo muchas gargantas perjudicadas por este proceso- y mental.
La verdad es que hemos podido darnos cuenta de que hemos aplicado la tecnología a los proceso del siglo XX y hemos comprobado como su aumento de la productividad no ha solucionado mucho los problemas laborales, en algunos casos los ha complicado incluso. La solución viene por utilizar la tecnología en procesos del siglo XXI.
Si utilizamos la tecnología en procesos anticuados, los que sufrimos somos nosotros. Si fueran procesos actualizados, nosotros ganaríamos también al igual que lo harían las empresas. Estamos en un mundo que está cambiando que sigue haciendo las guerras de la misma manera que en el siglo pasado, pero con armas mucho más sofisticadas y mortíferas.
¿Van a cambiar estos procesos los fondos Next Generation? Absolutamente no. Los cambios deben ser de mentalidad y estructurar procesos que usan la tecnología para reinventarse. La transformación debe ser integral. Como ejemplo, podemos mencionar el de las propia venta, que es un proceso absolutamente caduco e improductivo en la actualidad. Si no lo cambiamos de arriba a abajo y nos conformamos con aplicar cierta parte de la tecnología a su mejor, perderemos las personas. Hay que darle la vuelta con creatividad y -utilizando la tecnología existente y la que venga- cambiar totalmente el proceso, ya que ahora estamos todos -proveedores/clientes/asesores- conectados.