Hace años, antes de la globalización efectiva, era mucho más fácil destacar en el entorno de cada uno. la experiencia y las referencias eran suficiente valor para operar, pero desde que la globalización tomo el mundo, hay que decirla muy gorda para destacar. No sólo afecta al ámbito empresarial, también al cultural y si escribes una novela, será mejor que metas elementos polémicos o no podrás salir ni en las noticias de tu pueblo.
Referidos a nuestro quehacer diario, la comunicación está un tanto enloquecida. Aparece un joven que no ha vendido nunca o durante tres meses de beca y jura que te llevará al cuarto millón de euros en en un año o, quien te dice que a través del coaching psicosomático pampero elevará tu productividad de tu empresa en un 37%. Sin contar aquel que intentando que la empresa ganara en agilidad, proponía a un entrenador personal para todas las mañanas. En fin, todos los lanzados del mundo están comunicando según una técnica de dumping profesional que conlleva mentir ahora, para que algún incauto pique y puedas comenzar a tener clientes.
Al igual que algunas empresas japonesas vendían a precios que sus economías de escala no les permitían, con el propósito de llegar a una cuota de mercado en la que las economías de escala ya les dejará vender a esos precios con margen, algunas empresas y profesionales, hacen lo mismo. Hablan de lo que han hecho, de sus cargos, de sus clientes, aunque todos sepamos que es absolutamente incierto.
La causa no es otra que la inmensa competencia que hay y los pocos huecos que se producen para incorporarse al mercado. Hace años, las empresas que dominaban el mercado incorporaban a un gran número de profesionales, formándolos y aportándoles una mínima experiencia para operar y buscarse la vida en otra empresa o como profesional. Ahora ya no es así y los que no tienen acceso a los puestos como empleados, tienen que mentir para empezar a trabajar, aunque no se trata de mentiras piadosas sino de exageraciones que hasta hacen gracia cuando los escuchas.
Cada día vemos perfiles que se autoproclaman expertos cuando su edad no les ha permitido ocupar más que una silla de becario y me temo que si no continuaron fue porque otros eran mejores. También están los que anuncian beneficios para sus clientes que para sí no consiguen («¿Quieres tener 24 leads al mes?) o los que cuentan sus experiencias en multinacionales de cuento en las que nunca han estado o no tenían los cargos que comentan. Su propósito es claro, hacer creer que ya son lo que les gustaría llegar a ser y, por este método -poco ético a mi juicio- conseguir clientes o puestos de trabajo a los que hubieran tardado mucho tiempo en alcanzar. El verdadero problema es que muy pocos tienen la preparación básica que pueda soportar tanta autobombo y lo acaban pagando los clientes que les contratan cegados por sus asertivas afirmaciones. Hay que llevar cuidado con los que aseguran resultados como por arte de magia y que quieren tomar un atajo para ganarse una notoriedad en el mercado, aunque la verdad es tozuda y -como dice Serrat- «lo que no tiene es remedio».